Toda una vida de formación, lecciones y trabajo para llegar a su edad y descubrir que lo único que importaba en el mundo era el agua, vivir en ella. Generar oxígeno.
Desasosiego es quizás la palabra que
define mi lectura de De bestias y aves. Una novela indefinible. Coro, la
protagonista, pintora, dibujante, llega a Betania una noche oscura en su vida y
allí vivirá la angustia de no poder volver. Preguntas sin respuesta en este
lugar donde un grupo de mujeres de todas las edades conviven. Sueño o realidad,
sin duda una mente confusa, que nos relata situaciones inverosímiles de esta
comunidad femenina que vive en la naturaleza, junto a un lago también
protagonista. El duelo por una hermana muerta. Días, semanas o meses, un tiempo
indeterminado. Los roles claramente definidos presentes en cualquier comunidad,
Tresa, Rebeca y Magdalena, Gloria, Adel... Un vestido como símbolo, las rutinas
diarias, el sueño, las comidas. Y la naturaleza, sobre todo el agua, los
animales: perros, cabras, insectos, aves, los rituales, el arte, los libros. Lo
ambigüedad para explicar lo inexplicable.
El mundo quedaba así explicado, sin necesidad de indagar mucho más.